El arpón es un artefacto concebido para capturar animales en un medio acuático, utilizado por el ser humano desde tiempos remotos. En términos tecnológicos, no está diseñado para matar a la presa, sino más bien para asegurar su control por parte del cazador, quien, luego de interceptarlo, puede arrastrarlo hasta la orilla y allí faenarlo. Desde esta perspectiva, se trata de un dispositivo más cercano al lazo y el anzuelo que a un rifle o un puñal.
Su estructura consta de tres secciones principales: un cabezal desmontable provisto de un extremo penetrante, un astil principal al que se acopla dicho cabezal y una línea que conecta este último con el cazador. Cada una de ellas constituye un mundo en sí mismo, donde distintos componentes se articulan entre sí por medio de diversas soluciones técnicas que optimizan el desempeño funcional del artefacto.
A primera vista, el arpón nos transporta inevitablemente a la escena del brutal duelo entre el cazador y su presa. Sin embargo, cuando nos detenemos a observar los detalles del objeto -sus colores, decoraciones, amarras, ensamblajes, materiales, texturas, formas y dimensiones- afloran aspectos inesperados, que obligan a buscar respuestas ya no en el mar, sino tierra adentro.
Una insospechada receta tecnológica
El Museo de Antofagasta conserva una numerosa colección de arpones prehispánicos, conformada a partir de donaciones privadas, excavaciones científicas y rescates de sitios arqueológicos tales como Trocadero, La Chimba, Autoclub, Jardines del Sur, Abtao 5, Punta Blanca y La Capilla de Quillagua, entre otros. El conjunto comprende ejemplares de todos los tipos de arpones descritos para la costa de Atacama e incluye piezas extraordinarias, como un fantástico manojo de seis cabezales atados con un cordel de fibras vegetales -un verdadero "kit" de caza de su época-.
La sociedad que habitó el litoral del desierto de Atacama antes de la llegada de los europeos se ha definido como una de cazadores, recolectores y pescadores. Junto con los anzuelos de concha y las balsas de cuero de lobo marino, el arpón ha sido instalado como uno de los objetos emblemáticos de la cultura material de estos pueblos, recalcando así el papel central que el mar habría cumplido en su forma de vida.
Paradójicamente, sin embargo, el análisis detallado de una muestra de arpones de la colección del Museo de Antofagasta arrojó que las materias primas con las que fueron elaborados provienen casi exclusivamente del interior, quedando excluidas -salvo contadas excepciones- las materialidades propias del litoral: las puntas líticas, por ejemplo, fueron talladas sobre rocas extraídas en canteras distantes casi 120 km de la costa; la madera empleada en astiles y ciertos cabezales corresponde en su mayoría a árboles presentes en valles, oasis y aguadas del interior del desierto; los camélidos de cuyos huesos se labraron vástagos y barbas debieron ser obtenidos también tierra adentro, al igual que las espinas de cactus que se aprovecharon como barbas; y en el caso del algodón usado en las amarras, difícilmente pudo procurarse en la costa, puesto que no crece allí en forma natural.
¿Cómo se explica que, pudiendo haber recurrido a insumos locales -abundantes y fáciles de obtener-, estos grupos hayan decidido confeccionar sus arpones a partir de materiales tan inaccesibles y diversos, arriesgando incluso la vida para obtenerlos? Parece ser que el sentido práctico no era la única motivación que los animaba y que la fórmula constructiva del arpón obedecería, en gran medida, a una lógica simbólica.
Descarga el artículo completo "Arpones precolombinos de Antofagasta. Acople de partes, collage de materiales, ensamblaje de seres y mosaico de paisajes", por Benjamín Ballester.